Sugerencias, pero no consejos, porqué...
Acqua, cunsigghi e sali, senza dumannati, non ni dari
Agua, consejos y sal, no los des si uno no te los pide.
Bon tempu e malu tempu non dura tuttu tempu
Buen tiempo y mal tiempo no permanecen todo el tiempo.
'Mpidimentu ppi giuvamentu
No hay mal que por bien no venga. (A veces lo que parece malo acaba por ser beneficioso.)
Calati junco, ca passa la china
Bájate, caña, hasta que pasa la crecida (hace falta saber adaptarse a las circunstancias).
Non troppu duci si no t'agghiuttu, non troppu amaru si no t'iettu.
No demasiado dulce, si no te trago, ni demasiado amargo si no te echo.
A megghiu parola è chidda ca non si dici.
La mejor palabra es la que no se dice.
Megghiu arrussiri `na vota ca ingialiniri centu voti.
Más vale una vez colorado que cien amarillo.
“Essiri non si pò chiù di 'na vota” ci dissi lu muzzuni a la cannata.
“Ser no se puede más que una vez” le dijo la concha a la ánfora rota.
(Este refrán lo puse en la canción “U Diamanti Virdi”.)
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Sciuscià e sciorbì no se peu
No se puede chupar y soplar a la vez (no se puede tenerlo todo en la vida).
El hombre que calienta el agua no es el hombre que toma el mate
Si hay remedio, ¿por qué te preocupas? Y si no hay remedio, ¿por qué te preocupas?
Amor, salud, dinero, y tiempo para gastarlo.
Mi profesor de Astronomía era el profesor Attilio Traversa. El profesor Traversa no usaba libros, los estudiantes teníamos que estudiar en las notas que tomábamos en clase durante sus lecciones, y que después en casa pasábamos a limpio. Cuando hacíamos un examen escrito, el nos dictaba las preguntas, se quedaba en clase durante unos minutos mirándonos, y después se iba para volver sólo al terminar el tiempo que nos había concedido. Esos pocos minutos los usaba para distinguir entre los estudiantes que habían estudiado - y que enseguida se pon’an a escribir - y los que no y que por eso habrían intentado copiar. Al terminar el tiempo, él pedía a estos estudiantes que escribiesen en la pizarra las respuestas a las preguntas. Como ellos no las sabían, el profesor le decía que, como deberes, tenían que escribir las respuestas 20 veces. “Pero Profesor...”, “40 veces, entonces” ¡Hubo algunos de mis compañeros que llegaron a 80 veces! Pero, de esta manera, escribiendo varias veces las mismas cosas, acabábamos aprendiéndolas.
Uno de mis compañeros vivía en las afueras de Génova, y tuvo que tomar clases particulares con el profesor. El profesor le dio una cita en su casa a las 7 de la mañana. Por problemas con los transportes, mi compañero llegó con retraso, y por eso el profesor no le dio clase y le volvió a dar cita para otro día a las 6 de la mañana. “Profesor, pero...” “Bueno, entonces, a las 5.” “Mas profesor...” “Pues a las 4” “Vale, profesor.” En la fecha decidida, mi compañero llamó al timbre de la casa del profesor a las 4 de la mañana. El profesor se asom&oacte; a la ventana. “Profesor, estoy aquí”. “Bien, ahora espere 3 horas.”
Puerto de Camogli. Los buques volvían de largas travesías a través del Océano Atlántico, con las velas desgarradas, un mástil roto... Los marineros, preocupados, murmuraban los unos a los otros “Ay, verás, ahora el naviero nos hará pagar un mástil nuevo...”. El naviero ni se lo pensaba... pero... al oír esos discursos... ¡al fin decidía hacer pagar el nuevo mástil a los marineros!
En Buenos Aires, a bordo del Augustus, una de mis tareas era controlar los pasaportes de los pasajeros, entre ellos varios ciudadanos chilenos que huían del régimen de Allende. La travesía duraba 28 días, era un viaje difícil, y con el pasar de los días las comidas iban empeorando. Al embarcar los pasajeros, yo los miraba atentamente a la cara para anticipar quien estaba acostumbrado a largos viajes y quien no. Al segundo, yo, muy amable, les ofrecía una cabina diferente de la prevista, y le decía que así se encontraría mejor. En realidad, mi objetivo era el de hacer más difícil el que se quejase a lo largo del viaje, porque si empezaba a quejarse un pasajero ¡dentro de poco se hubieran quejado todos! A tal fin, yo siempre tenía un par de cabinas libres, para poder mudar a los pasajeros de una cabina a otra...
Fue en uno de esos viajes que conocí a María Helena. Yo ya escribía canciones y a veces, en los espectáculos a bordo, las cantaba. Un día una camarera me dijo que una pasajera (María Helena) le había preguntado si podía leer esas letras. Le gustaron tanto que se fue a Madrid para convencer a Julio Iglesias para que las cantara. María Helena también vino conmigo a Florencia para conocer a Rosa Balistreri.
Una vez, en una travesía, nos encontramos en medio de una espesa niebla, no sabíamos donde estábamos ni podíamos decidir nuestra ruta. Por suerte, en cierto momento estalló un huracán. Mi colega Paolo Carcavallo y yo, gracias a los relámpagos que alumbraban el cielo, pudimos por fin ver las estrellas y así establecer el punto donde estábamos.
"Gianni Belfiore, que es letrista mío, un poeta espléndido" Julio Iglesias (en "Entre el cielo y el infierno")